lunes, 12 de julio de 2010

PERORATA AL USO DEL DIMINUTIVO


Por: Laura Sofía Parra Ávila

Miércoles, 1:00 p.m. – A la orden, les ofrezco de almuerzo sopita de arroz con verduras, de principio fríjoles, carne asada o en Bistec, y juguito de mango o limonada natural.

Jueves, 1:10 p.m. – A la orden, buenas tardes, les ofrezco de almuerzo sopita de pasta, de principio garbanzos y carne molida, arepita y una tajada de maduro. Para tomar gaseosa o limonada natural.

Y así podría ir enumerando los días que semana tras semana se repite el mismo discurso. No quisiera hacer una diatriba al menú del poco balanceado pero necesario, y por qué no decirlo, estimulante al paladar, corrientazo; al contrario, mi experiencia trata de ponerlo como en una especie de pedestal, no sólo por lo económico, sino porque para aquellos que tenemos que almorzar fuera de casa, es una manera rápida y efectiva de curar el hambre, si nuestro tiempo no permite que podamos curar nuestros, a veces malsanos, hábitos alimenticios.

No, definitivamente, no. Mi perorata va en contra del uso exagerado, descontextualizado y más malsano que el corrientazo mismo, del diminutivo.

Si bien es claro que dilectológicamente hablando, el diminutivo es un sufijo que hace parte del idioma español, y que posee unas funciones muy específicas, es cotidianamente utilizado con finalidades, que desde mi perspectiva son negativas, desfavorables o perniciosas y que podrían ser un reflejo de nuestra idiosincrasia colombiana.

Estudiosos del lenguaje, como Amado Alonso y Luis Flórez
[1], han investigado ampliamente los usos del diminutivo. En primer lugar, el diminutivo además del uso de designación y matización del significado de una palabra hacia la disminución de tamaño, también posee un significado afectivo y valorativo. Extendido en Bogotá en los nombres propios, como en Carmencita o Fernandito o para acrecentar el sentido positivo de algo o alguien como en: su mercesita, un viejito lo más de querido, galleticas lo más de ricas.

En otros momentos, se usa el diminutivo para hacer juicios de valor hacia otra persona. Cuestión harto interesante, pues parece que usáramos el lenguaje más para valorar que para razonar, ojalá me equivoque. En este sentido es común escuchar expresiones como: Tuta es un pueblito pequeñito o tu niña es muy tiernita.


En ejemplos como: le pido un permisito, espéreme un momentico, la cortesía aparece en nuestro comportamiento, cual planta que aflora en un terreno donde antes no había nada. Somos un país cortés y amable, a veces en extremo, pero sería mejor guardar la amabilidad y la cortesía en TODOS los momentos de nuestra cotidianidad, léase, hasta en situaciones donde incluso nuestros dirigentes se olvidan de este interesante uso del diminutivo.

Pero no quiero entrar en otros intríngulis, quiero, de una manera reflexiva, que miremos otro uso del diminutivo, un uso que es el que quiero poner en contienda, pues me cuestiona a mí misma, porque yo lo he usado. Cuando escuchamos o decimos lo siguiente: El niño se rompió el bracito, pobrecito, o regáleme una monedita, o le tengo sopita, o no tiene ni un pitecito de consideración, o no le cuente a cierta personita; me da una sensación de desánimo, desaliento, como si me pusieran una zancadilla lingüística, e incluso, algo de mal genio.

Entonces surgen miles de interrogantes. ¿Será que es necesario decirle al niño pobrecito, cuando lo que sufrió fue un accidente?, o ¿si me ofrecen sopita, en lugar de sopa, no me estaré tomando algún recado de una sopa que quizá fue hecha el día o los días anteriores, y que no guarda las características y propiedades alimenticias que merece mi presupuesto?, ¿será que un almuerzo con tantos diminutivos, no saciará completamente mi hambre mediodiunera, que es hambre, mas no hambrecita? o ¿por qué debo demostrar mi falso altruismo si me piden una monedita y no una moneda (es más, preferiría que en este país nadie pidiera monedas ni mucho menos, moneditas)?, y finalmente, ¿no sería mejor no contarle nada a nadie si no quiero que se sepa, para que precisamente no deba hablar de una personita mas no de una persona?

En definitiva, no es que me molesten los diminutivos, para nada, pero lo que me cuestiona es ¿por qué usarlos para disminuir, engañar, o manipular el ánimo y la consciencia de quienes incautamente navegamos por la vida? Me haré un propósito, un PROPÓSITO, así, en mayúsculas, sin diminutivos, esta es la última vez que uso un diminutivo, espero que este breve pero sentido escrito tenga asidero en quienes a bien tengan leerlo; si no, me importa un pepinito.




[1] Alonso, Amado: “Noción, emoción, acción y fantasía en los diminutivos”: Estudios lingüísticos. Temas españoles, Madrid: Gredos, 1967.
Flórez, Luis. “Lengua Española”: Instituto Caro y Cuervo: Bogotá, 1953

1 comentario:

Unknown dijo...

¡Hola!
Hace días me carcome la duda precisamente sobre el tema de este blog en particular. Conoces, quizás,¿cuál es la historia del uso del diminutivo en Bogotá?
Mi curiosidad viene precisamente, porque he notado en las ciudades en las que he vivido en Colombia, es donde más lo usan.
Agradecería enormemente tu ayuda.